VIA
CRUCIS
-Oración preparatoria.
Señor mío y Dios mío, bajo la mirada amorosa de nuestra
Madre, nos disponemos a acompañarte por el camino de dolor, que fue precio de
nuestro rescate. Queremos sufrir todo lo que Tú sufriste, ofrecerte todo
nuestro corazón, contrito, porque eres inocente y vas a morir por nosotros, que
somos los únicos culpables. Madre Mia, Virgen dolorosa, ayúdame a revivir
aquellas horas amargas que tu Hijo quiso pasar en la tierra, para que nosotros,
hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin en la libertad de los hijos de
Dios.
Primera
estación
JESUS
ES CONDENADO A MUERTE
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R. Que por tu Santa Cruz redimiste
al mundo.
“Si sueltas a Jesús –gritan los judíos- no eres amigo del
César, porque todo aquel que se hace rey se rebela contra el César”.
Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que el alboroto se
iba haciendo mayor; mandó le trajesen agua, y lavándose las manos ante el
pueblo dijo: “inocente soy de la sangre de este justo; allá vosotros”. Y toda
la turba voceaba: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Entonces Pilato los entregó a Jesús para que le crucificasen. Haz, Oh divino Salvador
mío que aborrezca yo el pecado, porque él es quien os condenó a morir por mí,
muerte de cruz muerte acerbísima y afrentosísima.
v. Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Segunda
estación
JESÚS
CARGA CON LA CRUZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Después de haberse burlado a su gusto de Jesús, los
soldados le arrastraron hasta afuera de
la ciudad, para crucificarle, y Jesús, cargando con la cruz, se puso en marcha
hasta el cerro llamado del Calvario. ¡Lleva la cruz para descargarme a mí de ella!
Delante de Él va un lictor que lleva la inscripción que indica la causa del
suplicio: Jesús Nazareno, rey de los judíos. ¡Oh Jesús mío! Por tu muerte de cruz, has sido
hecho rey de nuestras almas. Reina de verdad en la mía y domina mis rebeldías.
P. Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Tercera
estación
JESÚS
CAE POR PRIMERA VEZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Las fuerzas de Jesús
estaban exhaustas después de la agonía en el Huerto de los Olivos, y de los
malos tratamientos de la noche en casa
de los Sumos Sacerdotes, y de la flagelación y coronación de espinas, así que
el peso de la cruz excede con mucho a sus fuerzas físicas, y por eso cae y
desfallece extenuado. Más todavía que la cruz, lo que agobia a Jesús y le rinde es el enorme peso de mis pecados. Señor,
cuando yo desfallezca, levántame.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Cuarta
estación
JESÚS
ENCUENTRA A MARÍA SU SANTÍSIMA MADRE
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Nos dice una antigua tradición que María estaba a la vera
del camino por donde pasaba Jesús y todo su cortejo; viéndose entonces presa de
un inmenso dolor, una espada de siete filos atravesó el alma de María, que
gemía sumida en la más profunda aflicción. ¿Dónde está el hombre que pudiera
contener sus lágrimas, si viera a la Madre de Cristo en tamaño suplicio? Pues
que la causa de ese dolor son mis pecados ¡oh María! Alcánzame la gracia de
aborrecerlos.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Quinta
estación
SIMÓN
AYUDA A LLEVAR LA CRUZ DE JESÚS
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Era de temer que, dada la extrema fatiga de Jesús, no
pudiese llegar hasta el sitio de la ejecución. Así que, cuando los soldados
salieron de la ciudad, tropezaron con un tal Simón de Cirene, padre de
Alejandro y de Rufo, que volvía de su granja, y le forzaron brutalmente a
llevar la Cruz del Salvador, cargándosela sobre sus hombros. De la Cruz de
Jesús manará también para nosotros un raudal de gracias. Señor, haz que en pos
de Ti la lleve yo en expiación de mis culpas. Nunca será tan pesada como la
tuya, pues que Tú mismo, como buen Cirineo, nos ayudas eficazmente a
sobrellevarla.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Sexta
estación
UNA
PIADOSA MUJER ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cuenta una piadosa tradición cómo al pasar la comitiva, una
mujer se metió por entre la alborotada turba, se acercó al Salvador, y con un
velo que llevaba le enjugó el sudor de su divina cara, y que Jesús, como para
pagar aquel servicio, dejó impreso en el velo de la Verónica los rasgos de su
Santa Faz. Esa mujer será siempre el tipo de las nobles y santas osadías. Los
respetos humanos y una vergonzosa cobardía me retraen, Señor, de vuestro
seguimiento. Dadme la gracia de vencerme, para que así vaya imprimiendo en mi
alma tus rasgos, pues en el cielo sólo entra el que a Ti se parece.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Séptima
estación
JESÚS
CAE POR SEGUNDA VEZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Desde la sexta estación, el camino cube una áspera
pendiente, la marcha se hace bastante penosa por las calles resbaladizas y
estrechas de Jerusalen. La extrema debilidad de Jesús, el calor del mediodía,
la subida, los estorbos del camino, las brutalidades de la soldadesca, las
burlas de los judíos y sobre todo el peso de la cruz explican la recaída del Salvador.
El peso aplastante de mis pecados es el que hace a Jesús caer de nuevo.
Concédeme, Señor, que me torne siempre a levantar de mis caídas.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Octava
estación
JESÚS
CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Una abigarrada muchedumbre seguía a Jesús, y entre ella
había mujeres que lloraban y se condolían de Él. Entonces se volvió a ellas y
les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por Mí, sino por ustedes y por sus
hijos; porque si esto pasa en el árbol verde, ¿qué será en el seco?” Jesús
predijo con esto el castigo que pronto habría de caer sobre el pueblo elegido.
Este fue dispersado, y el templo, que era su orgullo, fue reducido a pavesas.
Si la vida de la gracia no anima mi alma, la justicia divina me entregará al
fuego como a árbol seco que se quema. Evita, pues, alma mía, el pecado, si no
quieres caer en el infierno, en la gehenna del fuego inextinguible.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Novena
estación
JESÚS
CAE POR TERCERA VEZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Cuando Jesús ha llegado junto a la cima del Gólgota, el
pensar en lo que le quedaba todavía por sufrir hace desfallecer a su Santísima
Humanidad, como en Getsemaní, y llega a ser tal la flaqueza del Divino Maestro
que los soldados tienen que levantarle y tal vez también que llevarle hasta la
misma cumbre del Calvario. Esta es verdaderamente la hora del príncipe de las
tinieblas, la hora de la suprema inequidad, pero es también la hora de la
completa y universal amnistía, merced al anonadamiento del Dios hecho hombre.
Gracias, Jesús mío, por haberte abajado tanto, a fin de mis vicios y miserias.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Décima
estación
JESÚS
ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Al despojar los soldados a Jesús de sus vestiduras, las
llagas causadas por los azotes, ya restañadas, tornándose a abrir. “Le hemos
visto –dice Isaías- tan mal parado, que no hay en Él parecer ni hermosura. Nos pareció
como un hombre despreciado y desechado, varón de dolores, y nosotros le tuvimos
por azotado, por herido de Dios y abatido. Más Él herido fue por nuestros
pecados, el castigo que nos debía traer la paz sobre Él recayó, y por sus
llagas fuimos curados”. De este modo expías mis inmodestias, ¡oh Jesús mío!
Dame el espíritu de pureza y de mortificación.
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Décima
primera estación
JESÚS
ES CLAVADO EN LA CRUZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Llegados al lugar que se llama Calvario, los soldados
crucificaron a Jesús, y con Él a dos ladrones, uno a su derecha y otro a su
izquierda. Así se cumplió la palabra de la escritura “fue puesto entre los
malhechores”. “¡oh pueblo mío!”¡Qué es lo que te he hecho? O ¡En qué te he
contristado? Dímelo ¿Has preparado una cruz a tu Salvador por haberte sacado de
la tierra de Egipto?¿ o es tal vez porque fui tu guía en el desierto durante
cuarenta años, y te alimenté con el maná y te introduje en una tierra excelente:
o bien porque he usado siempre en favor tuyo de mi gran poder?¿ por eso me has
clavado en un patíbulo de la cruz?¡Pueblo mío! ¡Qué te he hecho? O ¿En qué te
he contristado? Respóndeme”. ¡Oh Jesús mío!, contigo quiero estar atado a mi
cruz de cada día.
V.
pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Décimo
segunda estación
JESÚS
MUERE EN LA CRUZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Dijo Jesús en la cruz: “¡Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen!”. Y dirigiéndose luego al
buen ladrón: “En verdad te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”.
Y viendo a su Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. En seguida se volvió al discípulo
y le dijo también: “Ahí tienes a tu Madre”. Entonces el sol se nubló, y las
densas tinieblas ensombrecieron al mundo desde el mediodía hasta las tres; y en
medio de aquella prematura noche, queriendo dar a entender que estaba
suspendido en las Cruz, solo, entre la justicia implacable del cielo y la
malicia de los hombres que le prosiguen la tierra, rezó aquel verso del Salmo:
“¡Dios mío!” ¿Por qué me has desamparado?”. Luego realizando un postrer oráculo,
dijo: “Sed tengo”. Y como le fuera presentada una esponja con vinagre, conforme
a su predicción profética, dijo Jesús: “Todo está consumado”. Y dando un fuerte
suspiro, dijo: “¡Padre!, en tus manos encomiendo mi espíritu”, con lo cual
inclinó la cabeza y expiró.
Aprende, alma mía, a huir del pecado, pues tan grave es que
exigió la muerte del Hombre Dios para ser expiado. ¡Ojalá que nunca jamás
vuelva a cometerlo! Por tu Cruz y Pasión Y Muerte, líbrame, Señor.
V. Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Décima
tercera estación
JESÚS
ES BAJADO DE LA CRUZ
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Como ya se hacía tarde, José, varón rico y natural de
Arimatea, llegó al Calvario después de haber alcanzado de Pilato autorización
para coger el cuerpo de Jesús. También acudió allí Nicodemo, trayendo una mezcla de mirra y
áloes. Entre ambos desclavaron con cariño el cuerpo del Señor y lo pusieron en
brazos de su Madre anegada en un mar de lágrimas. Luego lo envolvieron en un
lienzo, y lo sepultaron conforme tenían costumbre los judíos. ¡Oh Madre de
dolores que lloras a tus hijos muertos por el pecado! Alcánzame un dolor
sincero de todas mis culpas.
V.
pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Décimo
cuarta estación
JESÚS
ES SEPULTADO
V.
Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos.
R.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Junto al lugar en que crucificaron a Jesús, había un
huerto, en aquel huerto un sepulcro, propiedad también de José el cual lo había
cavado en roca viva y era del todo nuevo. Como quiera que iba a empezar el
Sábado pascual, José y Nicodemo pusieron allí el cuerpo de Jesús, y rodaron una
pesada losa, tapando con ella la entrada del sepulcro, volviéndose a la ciudad,
como también las santas mujeres, ya muy entrada la noche.
Ojalá me acuerde siempre, oh Jesús, de que en las aguas del
bautismo fui un día contigo sepultado, como en un sepulcro, muriendo para
siempre al pecado y resucitando también para siempre contigo a una vida nueva .
“Por tu sepultura y tu Santa Resurrección, líbrame, Señor”
V.
Pequé, Señor, pequé.
R.
Ten piedad y misericordia de mí.
Se
termina con un Padre Nuestro, Ave María y Gloria por las intenciones del Romano
Pontífice.
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